MIXTURAS DE PAZ!

Por muchos tiempos hemos escuchado sobre la tan anhelada paz mundial, hemos escuchado canciones que mencionan un mundo feliz y un mundo lleno de corazones donde todos se aman y se ayudan pero hasta que punto comprendemos la situación de los conflictos internos que obstaculizan llegar a la utopía mencionada... PAZ! Estas 3 palabras que han sido el ideal de la humanidad desde que se tiene registro de relaciones interpersonales...
La primera intención de este espacio virtual es dar a conocer las mixturas de ideas en cuanto a este tema, reconociendo los diferentes contextos, diferenciando los roles de cada individuo y como desde las dinámicas cotidianas se pueden tejer los cambios.
Este espacio pretende dar otros puntos de vista diferentes a los que nos encontramos en el periódico oficial de nuestro país o región, es tener la oportunidad de conocer la historia desde quien la vivió y desde quien en este momento es protagonista de ella por que esto nos garantiza que no vamos a ser cómplices de juicios o de percepciones de personas ajenas a los conflictos y que es fácil escribir o dar un reportaje desde la posición de espectador pero cuando habla el protagonista la historia toma un tinte
diferente!

Bienvenidas y bienvenidos a este espacio donde los protagonistas somos todos y todas.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Violencias Sutiles


Armonia


C , DE CONTRADICCIONES Y CREER

C , DE CONTRADICCIONES Y CREER
Por: Ana Maria Gutiérrez Monsalve 
La juventud en palabras simples y sencillas podría decir que es sinónimo de contradicciones y negaciones que se convierten en un reto aclarar y construir verdades; En aspectos biológicos, mentales y sociales es evidente que los seres humanos atraviesan por etapas que definen a su medida ciertas capacidades, talentos y virtudes, indudablemente es marcado el paso de la niñez, adolescencia, juventud y adultez  cada etapa con sus particularidades en cuanto estigmas, prototipos y esquemas tanto sociales, familiares y económicos.
Puedo afirmar que la juventud, es contradicción porque es el cumulo de energía , ideas, sueños y expectativas ante la vida pero de igual manera están los miedos, los rechazos, los esquemas y las exclusiones que reprimen y condicionan, es una contradicción en tanto que es un reto para los y las jóvenes asumir el riesgo de creer en el poder de transformación, esto implica reconocer el contexto social en el que actualmente estamos expuesto, donde las estructuras básicas del Estado, la Familia y la Sociedad no propician condiciones para el buen desarrollo de oportunidades, espacios y garantías… Y aún así con este panorama disperso es justo y necesario construir otras realidades para generar espacios de desarrollos para las juventudes.
Es necesario reconocer que los contextos influyen en la visión de juventud que se adapte, particularmente en esta época actual, la juventud se basa en el disfrute, el placer y el goce del tiempo, esto no implica que no existan responsabilidades, compromisos o deberes, sino que la prioridad no está centrada en el trabajo, la obtención de dinero …Los y las jóvenes de ahora nos centramos más en construir nuestro futuro, en estudiar, visionar y proyectarnos, rompiendo el esquema tradicional en donde la población femenina se dedica a labores del hogar y los masculinos a temas laborales , creo que en estos tiempos se han hecho esfuerzos importantes por equilibrar las cargas sociales en ambos sexos.
Quisiera terminar extendiendo el gran compromiso a quien lea este escrito, de ¡creer!, creer en lo simple, creer en lo cotidiano, creer en nuestro entorno, creer en nuestro poder de transformación, creer en el/la otro/a como apoyo para construir, sin desconocer nuestro contexto también es creer que desde pequeñas acciones podemos generar otras realidades y aún así todas las presiones que tenemos por ser jóvenes, también podemos convertirlas en nuestras motivaciones para seguir Creyendo!
Y en medio de tanta contradicción… Lxs niñxs sueñan con crecer y ser adultos, mientras que lxs jóvenes añoran la niñez y en paralelo lxs adultxs quieren devolver el tiempo y disfrutar de una vida simple y alegre…La mejor forma de desenredar estas contradicciones existenciales es vivir el aquí y el ahora! 

Construcción de Paz

LA PAZ SE CONSTRUYE PASO A PASO, DÍA A DÍA Y ENTRE TODOS Y TODAS

domingo, 15 de mayo de 2011

Conflictos Guatemaltecos!

El conflicto en Guatemala es más complejo y de mayor duración que el de Nicaragua y El Salvador, por ser una sociedad polarizada en el aspecto político, fruto de un crecimiento económico desigual que se experimentó en la década de los setenta y parte de los ochenta, lo cual dibujó una burguesía monopolista pero diversificada, que controlaba la mayor parte de los bienes del país, en contraste con una población sumida en la inopia que alcanzaba 85% del total que cubría el país.

El control de los medios de producción más las remuneraciones obtenidas de las ganancias o excedentes, configuró una clase oligárquica carente de escrúpulos y ávida por acrecentar el capital y consustancialmente el poder, para lo cual tuvo que construir alianzas o redes asociativas con altos oficiales del ejército, a fin de ejercer el control sobre las masas paupérrimas que amenazaban con movilizaciones o huelgas en los centros productivos y distributivos.

Una de las características de la burguesía guatemalteca fue que no creció, o no buscó ampliar su base social, sino que concentró su poder económico en una esfera exclusivista, forjando vínculos familiares entre los actores del mismo género y asumiendo un rol multifuncional, para no abrir una ventana donde pudiese ingresar un agente de otro estrato social, pero sí permitirse a ella misma reciclarse, autoreformarse y crecer en forma de espiral, hasta donde se lo permitiera su fuerza y capacidad y, cuando necesitaba un apoyo de fuerza para afirmar su hegemonía, extendía alianzas con los militares aunque delimitando espacios de maniobras e intereses.

Esa "pureza" oligárquica que muestran con orgullo y sello de clase, del mismo modo se refleja en su rigidez ideológica, por lo que es considerada, entre los analistas que estudian la región centroamericana, como la burguesía menos flexible, antireformista e excluyente de toda el área.

Otro aspecto que resalta en este segmento social, es su exacerbado racismo contra el indígena, manifestado en la discriminación absoluta y en la promoción de políticas coercitivas contra la mayoría pobladora del país. Esta segregación es la reproducción de su complejo como clase castrada, heredada de la política estadounidense y el capital transnacional, dos ejes que supeditan a la oronda burguesía guatemalteca y no le han permitido constituirse en un grupo industrial más independiente y capaz de promover el desarrollo de un mercado interno equilibrado en esta área de Centroamérica.

Ahora bien, la clase oligárquica, ante el umbral de la globalización, el desarrollo tecnológico, el requerimiento de innovación que exige la banca y la maquila para la exportación, aunadas a las exigencias del capital financiero especulativo, se ha visto forzada a compartir diversos nichos patrimonialistas que tenían reservados para ellos; a partir de la década de los ochenta, "nuevos" sectores de la burguesía se ligaron a sus familias y al capital: los "nuevos ricos"; quienes se ocupan de administrar empresas con perfil exportador, a la inversión bursátil, asociaciones de empresarios, bufetes jurídicos, asesorías empresariales y de capacitación administrativa, estimulando la actividad comercializadora e incorporando a Guatemala a la órbita internacional de la mundialización.


La incorporación de estos "nuevos ricos o beautiful people" no ha abierto el compás de la democratización en el país, aunque su imaginario colectivo es menos ideologizado, su lógica comportamental es más exclusivista, individualizada y conservadora, asimismo oponente acérrimo de las reformas democráticas que puedan dar un respiro a la nación.

Sin embargo, el problema toral que enfrenta esta burguesía oligárquica es que no se ha podido legitimar, que su encasillamiento clasista que no le permite arribar al poder, por lo mismo se han visto obligado a construir alianzas con los sectores de alto rango militar, con la "clase política" y la "tecnoburocracia", (1) sectores ajenos a su anillo exclusivista, pero cercanos para compartir el poder y oponerse, mancomunadamente, a cualquier intención de fuerza que ponga en riesgo el sistema de dominación.

Frente al espectro clasista oligárquico, heterogéneo en su estructura pero monovalente en su comportamiento político, se encuentra el amplio mapa actoral popular que se ha venido constituyendo a través de la encadenada crisis, la lucha contestataria y la resistencia política para contener el frente excluyente y la represión indiscriminada emprendida por la clase en el poder.

A través de su comportamiento, los movimientos sociales-populares, demuestran que van más allá de la concepción "accionalista", puesto que escenifican la lucha de un sector social organizado contra un oponente, por la dirección colectiva de los recursos económicos, políticos e ideológicos de una sociedad determinada; (Touraine, 1967) agregándosele el ingrediente de lucha histórica, orientada hacia el control del proceso producente del cambio histórico-social.

Lo que se emerge es un movimiento social que intenta construir redes intra e intergrupal, priorizando la interacción interna y externa, con el objeto de ir edificando un diálogo fecundo entre las distintas racionalidades que existen en la sociedad marginada guatemalteca, a fin de distinguirlas, configurarlas y respetarlas, posibilitando así el reconocimiento de verse diferentes pero admitirse como iguales.

Son movimientos sociales - populares diferentes a los anteriores, en especial los que se desencadenaron entre 1973-1976, a modo que ahora mantienen una mayor autonomía frente al Estado, los partidos políticos e incluso con los grupos armados. Uno de los elementos analíticos más consistente es el que sostiene que el punto de partida de la eclosión movimientista fue el terremoto de 1976, detonante que en medio del desastre natural y la ineficacia del gobierno, buscó formas asociativas no sólo para sobrevivir, sino para reclamar y exigir sus derechos.

La eclosión movimiental, en los días posteriores al terremoto, encontró un terreno abonado por la diversidad y la autonomía de los múltiples actores, porque cada uno tenía una demanda específica, lo cual atomizaba el espectro orgánico-popular y estructuraba una nueva forma organizacional descentralizada y con anhelo de participación; y aunque parezca paradójico, en ese camino que abre la nueva racionalidad de ires y venires, se fueron forjando las redes.

Las redes se tejieron sobre los traslapes identitarios, entreverando las diversas exigencias concretas de cada sector hasta convertirlas en una bandera de lucha, pero bajo una temporalidad perentoria para cristalizar las metas; la participación en urdimbre no afectó la totalidad de la vida del individuo o grupo, pues no había razón para dedicarle tiempo completo, porque la complementariedad horizontal en los órganos de decisión, facilitaban el trabajo escalonado sin medrar la corresponsabilidad.

Otro aspecto que tiñe a las organizaciones sociales populares de Guatemala, es que no se plantearon la construcción de una utopía, de tal suerte que le sirviera de guía comportamental por mucho tiempo, precisamente por darse cuenta que los movimientos no eran de largo alcance, sino mutantes, donde permanentemente pasan de un estado organizacional a otro; por ello, la participación giró en torno a objetivos concretos, visualizables y apropiables, con el fin de poder ir creciendo, estimulándose en el camino de la lucha y sumar adeptos por la escala de logros que vayan sumando.

La estrategia organizacional a través de redes, busca extenderse y diseminarse a lo ancho de las zonas populares, indígenas y marginadas; con acuerdos intergrupales, apoyos logísticos, en la medida de lo posible, con el objetivo de provocar una participación en los niveles micro, localistas y de esta manera debilitar el poder central y diluir el grueso de la represión.

Es obvio, que el desenvolvimiento de estos movimientos sociales populares no fue tan expedito, ni encontraron un camino abonado por la democracia; antes por el contrario, la represión aumentó, la desaparición de dirigentes obreros, campesinos, barriales y estudiantiles fue alarmante; sin embargo, la opción de redes aminoró el costo político, las desapariciones aminoraron, producto del remplazo que se hizo al liderazgo individual, por una dirigencia de carácter horizontal.

Producto de ese trabajo de redes convergentes entre 1976 y 1978, surge el CUC (Comité de Unidad Campesina), organización nacional que incluía a los campesinos, a trabajadores agrícolas, indígenas y ladinos pobres, ante todo bajo el liderazgo indígena; (S.Jonas, 1994) por su composición heterogénea y su perfil de lucha, el gobierno la tildó de subversiva, por tanto la represión no se hizo esperar.

Sin embargo, analistas que se han dedicado al estudio de esta organización plural, han destacado que el CUC no nació revolucionaria, sino bajo la experiencia de la acción católica y las comunidades eclesiales de base, con una visión cooperativa y ansias de institucionalizarse como sindicato, lo cual ocurrió en 1980, pero la insistencia represiva y los acotamientos que el gobierno imponía a su accionar, cierta cantidad de individuos del CUC se enlistaron en la guerrilla, unos cuantos de carácter permanentes, otros intermitentes, cumpliendo el doble rol de sindicalista y guerrillero.

Algo digno de destacar, y que no sólo impactó en Guatemala, sino en el sur de México, es la proclama de Iximché de febrero de 1980, donde el CUC expresa en su declaración": Por una sociedad de igualdad y respeto. Porque nuestro pueblo indio, por sí mismo, puede desarrollar su cultura rota por los criminales invasores; por una economía justa en que nadie explote a los otros; porque la tierra sea comunal como la tenían nuestros antepasados; por un pueblo sin discriminación; porque termine toda represión, tortura, secuestro, asesinato y masacres; porque se terminan las agarradas para el cuartel; porque tengamos los mismos derechos de trabajo; para que no sigamos siendo utilizados como objetos del turismo; por la justa distribución y aprovechamiento de nuestras riquezas como en los tiempos en que floreció la vida y la cultura de nuestros antepasados. (A. Arias, 1985)

¿Qué hay de nuevo en esta proclama y porqué el indio se inscribe en la lucha?

En primera instancia, el indio se reclama para si un lugar y no múltiples, de ahí que se autodenomina pueblo indio y no pueblos indios, puesto que la primera acepción denota unidad, identidad, demanda común y valores homogéneos; la segunda, manifiesta desintegración, multiplicidad, comportamientos disímbolos, valores heterogéneos y peticiones desarticuladas.

La razón que convierte al indio guatemalteco en actor protagónico en el conflicto es: (a) la expulsión de sus tierras por el cambio instrumentado en la estructura productiva y social del altiplano; (b) la reorganización de la agricultura, pasando de la explotación tradicional a las empresas agrícolas, la cual da trabajo estacional al indio; (c) la descampesinización que los arroja al ejército de desempleados y (d) la mutación laboral y organizacional que impacta en su conciencia, por lo que fue tejiendo en su imaginario colectivo la lucha por la tierra(S.Jonas.op.cit)

Si bien es cierto que el recurso de las armas que opta el indio para transformar su entorno no es su primera elección; (R. Adams, 1988) es necesario aclarar que esa idea tampoco estuvo fuera de su sus reflexiones comunitarias, evidentemente por la fatiga que mostraban sus métodos de persuación, diálogo, marchas, protestas y denuncias, haciendo probable el uso de las armas en caso de que las circunstancias en que se inscribían no cambiara.

A lo anterior, hay que agregar, que los grupos insurgentes habían entrado en una etapa de reconsiderandos, de reestructuración y acuerdos intergrupales, para enfrentar de mejor manera la fuerza contrainsurgente.

Entre los principales reajustes que hizo la guerrilla, encontramos que se decidió tomar distancia de la célebre teoría del FOCO que elaboró Ernesto Guevara, por los resultados negativos; otro aspecto considerado, fue ampliar su base militante, no fincando toda las esperanzas en el ladino pobre, sino en el indio, población significativa y que en los últimos años, ya mostraba signos de beligerancia, capacidad organizacional y mayor consistencia en la lucha con objetivos preclaros.

La incorporación del indio, vieja aspiración de Turcios Lima, en los mandos medios y en responsabilidades militares, flexibilizó la ideología marxista ortodoxa, abrió su concepción sobre la vida, sobre la lucha, sobre la humanidad y sobre todo la diversidad de creencias que forman una constelación imaginaria en la mente de los individuos, de ahí que el pensamiento cristiano, eclesiástico, cooperativo y escépticos convivieran respetuosamente en los núcleos guerrilleros, adquiriendo la nacionalidad guatemalteca, reflejo del mosaico étnico y axiológico, pero distanciada de la influencia cubana.

El avance que mostraba la guerrilla con los intentos incorporativistas de los grupos armados, la conformación de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG) y la apropiación de franjas territoriales defendidas por las armas, no dominó su horizonte con excesos triunfalistas, porque tenían claro, en especial su dirigencia, que por la vía del derrocamiento la victoria no vendría, dado que la capacidad de recomposición del sistema cívico-militar de Guatemala, la ayuda y asesoría significativa de los Estados Unidos y el surgimiento de nuevas ballestas que impulsaban un nuevo cuadro de exigencias, demostraban que por la vía armada era difícil triunfar; la opción que quedaba era la vía de la pacificación, sin vencedores ni vencidos.

Esta vía de la pacificación tenía un núcleo vital, la rehabilitación de la confianza del ladino, el indio, el marginado y el ciudadano en el sistema político, el cual, en los últimos veinte años, brindaba un horizonte de incertidumbre que hacía más complejo el futuro del país.

¿De qué modo apostarle a un paz, si durante largos años, los marginados habían puesto sobre la mesa todas sus apuestas en el presente y en el futuro y hasta hora el fraude, la corrupción, la represión, el exilio y la muerte eran sus ganancias?

La dirigencia insurgente tuvo que ir tejiendo cuidadosamente, con hilos finos, la confianza de los involucrados en el conflicto y que estaban de su lado, para que depositaran en ellos el aval que necesitaban para apresurar las pláticas pacificatorias.

El respaldo de ese depósito de cuenta corriente, en moneda de confianza, que le dieron a los insurgentes negociadores, se puede constatar en los acuerdos que llenan el cuerpo de la agenda aprobada para la pacificación, más aún, en los convenios que firmaron el gobierno de Guatemala, representado en la persona de Alvaro Arzú y la URNG, en Oslo, Noruega, el 4 de diciembre de 1996.

¿Que es un Acuerdo de paz?

Un acuerdo de paz es la culminación formal de unas negociaciones entre dos actores políticos, mediados por uno o varios garantes, de ahí que sea definido como un esfuerzo de voluntad para llegar a un arreglo equilibrado.

Los actores que a arriban negociar la salida de un conflicto, llegan a la mesa de diálogo con un determinado número de demandas que están llenas de significancias particulares, donde cada uno deposita sus aspiraciones y trata de defender, hasta las últimas consecuencias, sus puntos de vistas e intereses.

Bajo el manto de esta definición, los acuerdos de paz o procesos de pacificación en Centroamérica, se han desarrollado en una compleja realidad social que trata, por todos los medios mantener la unidad nacional, el involucramiento de los actores marginados o en conflicto en el cuadrilátero de la política y la lubricación de los mecanismos oxidados por la exclusión, la descalificación y el enfrentamiento.

Es un desafío ciclópeo, pero necesario para alentar una ambientación de convivencia política, multipartidista y plural en una sociedad cada día más heterogénea y requeriente de diálogo y democracia; ajena a oscilaciones permanentes que pongan en peligro la gobernabilidad de un país.

La intención preliminar del diálogo no se mantiene inalterable, va modificándose en el transcurso de las negociaciones, entreverándose momentos de ruptura, distensión, polarización de intereses o conciliación desahogada. En el instante que los medios conciliatorios se agotan, se apela al discurso de la lealtad a la unidad nacional, aunque ésta por naturaleza no es monolítica, sino compleja, relacional e integradora; dichos en otras palabras, es unidiversitiva, y del mismo modo, razón de peso para seguir manteniendo la prudencia en el hablar.

Características de la guerra nacional en Centroamérica.

Para analizar la guerra en Centroamérica, es necesario tener presente la singularidad de confrontación bélica en la región, puesto que el enfrentamiento se dio en un contexto que se regía bajo el poder que ejercía un régimen dictatorial; además, siendo de carácter nacional no fue ajena a un ingrediente internacional que se le asignó históricamente, en función de su ubicación geopolítica y más tarde, a partir de la firma del Acuerdo Trilateral de 1973, preámbulo de la globalización, involucró a agentes internacionales, el comercio regional, el mercado mundial y las relaciones interestatales.

La guerra es nacional, ciertamente, al originarse de un conflicto interno de orden político - social, a causa de que es generado por una ruptura institucional que se presenta en su territorio, donde los factores perceptibles de la complejidad son la cancelación de los canales intercomunicativos entre los actores sociales y el gobierno; la proscripción de los partidos políticos que oponían al grupo gobernante; la ruptura de los mecanismos que propiciaban el diálogo; la negación de los espacios públicos a los actores emergentes y la existencia de un gobierno de facto.

La suma de todos estos factores fue estructurando la hostilidad absoluta, hasta provocar que el actor dominante cancelara toda posibilidad de crecimiento y desarrollo al actor dominado, orillándolo a que buscara formas de asociación y mecanismos de insurrección para revertir el orden impuesto.

Es la hostilidad absoluta la que cierra el zaguán de la negociación y entendimiento político entre los actores en conflicto, pero abre el camino que conduce a la guerra, misma que nace bajo la bandera de las demandas denegadas.

La guerra que nace bajo la bandera de los "sin derechos" no es una confrontación de exterminio, donde sólo uno de los actores implicados puede ocupar la amplitud del escenario y el otro desaparecer. No.

La guerra que nace bajo esas circunstancias está explicitando el problema del poder, en consecuencia el poder que se disputa es absoluto; pese a ello, algo paradójico se desprende de esta lucha, mientras el actor dominante quiere y arriesga el poder absoluto, el actor dominado busca llevarlo al terreno de la política para compartirlo.

Se observa que el asunto del poder, no es un fin o la esencia de la guerra, sino más bien una relación y un ejercicio desigual de fuerzas; es un instrumento, un medio, una relación entre clases que busca garantizar la reproducción de las relaciones sociales de subordinación y la aceptación de un código por parte de los sujetos de conducta sumisa.

Visto así, el poder que se dirimió en la guerra centroamericana tuvo las características que acabamos de esbozar; No obstante, la relación de poder que más llamó la atención fue la manera ejercitarlo, donde, por un lado, los sectores militares y gubernamentales pretendían mantener el status quo, lo que prolongaba la confrontación entre los dos sectores, por un tiempo indefinido y, por otro, se encontraban los actores que pretendían socializar el poder, diseminarlo entre los diversos sectores que integraban el mosaico nacional, buscando con ello recuperar la política para reconstruir el terreno de la confrontación.

Una muestra del interés por revalorizar la política, fueron los pasos que se dieron para buscar una salida a la resolución de los conflictos armados, donde prevaleciera una disposición para negociar y llegar a puntos de acuerdos, sin que mediara una proclama o declaración de un vencedor por una de las partes conflictuadas; sino por mutuo entendimiento de hacer un alto en la guerra y construir o reconstruir los caminos de la institucionalidad que condujeran a una salida consensuada a través del diálogo, la flexibilidad, la civilidad y la apertura de nuevos espacios en la vida pública e institucional de cada país.

La excepción es Nicaragua, realmente el FSLN no arribó al poder por la vía de la negociación, sino por la vía armada, caso que insta a darle un tratamiento singular e invita a realizar un ejercicio político-reflexivo sobre lo acontecido en la tierra de Rubén Darío, en la era de Somoza, bajo la lente de los clásicos de la guerra y las nuevas argumentaciones contemporáneas. (A.Heller, 1991; Robotnikof, Velasco y Yturbe, 1995 y E. Serrano, 1996)

El FSLN, grupo insurgente nicaragüense, no era la única fuerza política de oposición, sino la más estructurada de toda una constelación de movimientos sociales opositores, que enfrentaban a la dictadura de Somoza por todos los medios de lucha, incluso la vía armada.

El conjunto opositor se movían en un escenario internacional favorable, donde la correlación de fuerzas no apoyaba la permanencia de Somoza en el poder, por que la opinión de los gobiernos de la administración Carter en los Estados Unidos, Omar Torrijos en Panamá, C.A. Pérez en Venezuela, López Portillo en México y Rodrigo Carazo en Costa Rica, era de censura y reprobación, por tanto, los ejes que apuntalaban a un gobierno de facto se desvanecían.

En el ámbito nacional, los sectores conservadores nicaragüenses, asimismo habían sido afectados por el control monopólico que Somoza ejercía sobre la economía, la política y las instituciones, no quedándole otro recurso que sumarse a la ola de insurrección, estructurándose de esta manera una operación pinza que apretaba a la administración somocista por las dos bandas, la externa y la interna.

La negociación entre los Estados Unidos y Somoza (influenciada por el peso de los demócratas en la administración Carter) fue que no saliera derrotado por la vía armada, ya que de ser así, el FSLN hubiese tenido la fuerza política y moral para sobreponer un modelo económico y político más cercano al de las revoluciones socialistas clásicas, permitiendo una injerencia mayor del bloque soviético en el área latinoamericana.

Lo mejor opción fue la rendición, cuyo contenido político es que la confrontación armada no tuviese desenlace de guerra, donde un vencedor desplaza a los vencidos; sino que se diera una transitividad inmediata de la guerra a la política, donde Somoza renunciara, nombrara otro presidente y se desplazara a otros espacios más reducidos, reconociéndole al FSLN los espacios que las fuerzas insurgentes habían llenado de contenido político-liberacional.

Entonces se tiene que, la resolución del conflicto no fue por la vía armada, sino por el lado de la política, de ahí que el FSLN tuviera que conformar, junto a otras personalidades y grupos políticos opositores del momento, un gobierno de reconstrucción nacional, que más tarde desembocó en una crisis, por causa de la confrontación de intereses entre los actores que se articulaban en el gobierno y por la dirección que se pretendía dar al Estado en su conjunto.

La reedición del conflicto no involucró directamente a la estructura militar, tampoco fue una confrontación entre dos ejércitos, similar a la guerra que permitió al Sandinismo arribar al poder. Fue un enfrentamiento en el plano cívico-militar donde actores desgajados del FSLN, en común acuerdo con actores de la cúpula empresarial y de la iglesia conservadora, buscaron apoyo en los organismos contrainsurgentes de los Estados Unidos, para obtener medios financieros y logísticos que le permitieran sostener una hostilidad permanente al Gobierno Sandinista.

Esta singularidad permite que el factor externo se conjugue con aspiraciones internas, volcando el conflicto hacia arenas internacionales, donde la confrontación no era entre nicaragüenses, sino ente gobiernos, entre estados.

En el caso de El Salvador, otro escenario centroamericano, el conflicto presenta un cuadro social y político desgarrador, más si lo ubicamos en una situación política de guerra permanente por más de Díez años, donde fuerzas insurgentes armadas disputaban los espacios del poder al grupo en el gobierno, quien representaba los intereses de grupos minoritarios ultraconservadores que se habían aliado con los militares a partir de 1980, para sofocar las aspiraciones políticas de los grupos guerrilleros.

El Salvador, después de Guatemala, es el país más poblado del área, con una población de alrededor de 5.5 millones de habitantes, con 55% de pobreza, donde un tercio de ese porcentaje no tenían posibilidad de cubrir las necesidades básicas, situándolos en el escalafón de extrema pobreza, una tasa de analfabetismo de 50% y una inflación que fluctúa entre el 19.0 y 20.2, cifras que iban configurando el espectro social para que creciera un conflicto.

En medio de la pugna y con una guerra que no mostraba un avance significativo, para ninguna de las dos fuerzas en colisión, el costo social y político era considerable, el desgaste organizacional hacía mella en los partidos políticos, sindicatos y demás instancias orgánicas de la sociedad, los estados emotivos decrecían y la salida político militar prácticamente sellaba la puerta que condujera a una negociación, descartando el diálogo, la firma de un nuevo pacto y trasladar la disputa a otro terreno, al de la política.

Una sociedad desgajada, desgastada por la guerra y con la ansiedad de encontrar una salida pacífica, fue lo que dio la campanada de alerta a los grupos armados que se resistían a reconocer que la victoria en el terreno político - militar era prácticamente inalcanzable, a causa de que los resortes que impulsaron el conflicto habían sido remplazados por otros. Múltiples grupos y asociaciones levantaron su voz para decir que la confrontación era una guerra fratricida que convenía a intereses mezquinos ideologizados y no a la paz y concordia que buscó el pueblo en un principio, desde una postura armada, pero con un objetivo claro, instaurar un Estado de derecho y el confinamiento de los militares a sus cuarteles.

La presencia norteamericana alentó a minúsculos agrupamientos ultraconservadores para que confrontaran a los insurgentes, viendo en la iglesia, los sindicatos, los partidos políticos y en los jóvenes, los enemigos potenciales del régimen, llevando al país a un callejón sin salida y a una guerra desgastante entre dos bandos: insurgentes del FMLN y los militares.

El desgaste de la sociedad se dio en el mismo horario político en que la caída del muro de Berlín y el desprendimiento del bloque socialista ponía fin a una era de la historia, pues se renovaban los actores políticos y las fuerzas del capitalismo empujaban hacia la instauración del modelo neoliberal.

El escenario que se dibujaba dio un aviso a las fuerzas en conflicto en El Salvador, de que no se podía permanecer en la misma línea de confrontación, que había que buscar nuevas opciones, explorarse un camino inédito que los dirigiera a una disputa política sin exterminarse mutuamente, sino a resituarse en el mismo espacio y que la ciudadanía fuese el juez; para que esto sucediera, era indispensable que asumiera otra actitud, transformar su rol y construir caminos hacia la edificación de mecanismos jurídicos eficientes para el entendimiento y el diálogo.